En noviembre del año pasado se publicaron en una prestigiosa revista de cardiología las nuevas guías sobre el manejo de los niveles de colesterol en sangre de la Asociación Americana de Cardiología. Desde entonces se ha vertido mucha tinta en torno a las nuevas recomendaciones, ya que se amplía notablemente el abanico de individuos susceptibles de necesitar tratamiento farmacológico.
Como siempre, hay opiniones para todos los gustos, y vende mucho aludir a que es una guía a medida de las compañías farmacéuticas que esperan aumentar aún más su ya generosa línea de ventas con las estatinas, los medicamentos más empleados en el tratamiento de las personas que tienen el colesterol alto.
Sin embargo, si se lee con más detenimiento, lo que subyace detrás de todo es la evidencia, cada vez más sólida, de que el riesgo de padecer una enfermedad cardiovascular resulta de la combinación de múltiples factores de riesgo entre los que destacan la hipertensión arterial, la diabetes, el tabaco y el colesterol elevado. No olvidemos que la causa más importante de muerte del primer mundo son las enfermedades cardiovasculares.
El riesgo vascular es individual y es lo que hace difícil establecer unos niveles de colesterol en sangre que podamos considerar como “normales”. No es lo mismo ser un varón de 75 años, fumador, hipertenso y diabético, que una mujer de 45 sin factores de riesgo. Por ello los niveles de colesterol en cada caso deben ser los necesarios para reducir el riesgo vascular y cada persona tendrá su propio objetivo terapéutico, que deberá establecer nuestro médico considerando nuestras circunstancias individuales.
Nuestros hábitos de vida dieta, ejercicio físico, y la existencia o no de otros factores de riesgo tendrán un peso importante en la decisión final de si necesitamos empezar a tomar estatinas o no. Y por cierto, hoy las estatinas son medicamentos de los que ya hay genéricos y se reparten el mercado más de cuarenta marcas.
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